lunes, 18 de noviembre de 2013

El Toralín

                                                                               El verdadero valor consiste en hacer, sin testigos,
                                                                                        lo que uno sería capaz de hacer ante todo el mundo.
                                                                                                                  François de La Rochefoucauld

                Miércoles. El Clan de los Irlandeses se reúne de nuevo al calor de otra tertulia pitárrica, o pitarrista, como la pretendamos denominar a partir de ahora, que para eso poseemos la patente, siempre con el permiso de los burócratas de la Academia.

              El Toralín. Así empezó todo, cuando Víctor, impulsivo, con cierto descaro y quizás con la confianza de no obtener respuesta, preguntaba a nuestro invitado por el nombre del estadio de fútbol de la Ponferradina. Con la misma frescura, respondió aquél, El Toralín.

 Y es que Guillermo, el invitado, a pesar de respirar aire andaluz desde su juventud, es natural de Ponferrada, ese lugar del norte donde el frío reina a sus anchas pero, como he podido comprobar, nunca hiela el carácter de sus habitantes. Quizás todo tiene sentido al oírle hablar de su padre que, como otros muchos, tuvo que emigrar y trabajar de ferroviario a muchos kilómetros de su tierra. Si tuviera que describir a Guillermo en tres palabras... no, no podría. Huyendo de los tópicos, tengo que utilizar algunas más. Sensato, cercano, quizás impregnado con el aire serio de los castellanos. Muy profesional en su profesión y muy social en sus relaciones sociales que hacen de él, sin dudarlo, la persona con la que te sientes a gusto dentro y fuera del trabajo.


  Recuerdo el día que pedí a este funcionario y amigo si quería participar en la tertulia. Al principio no me creyó, como era de esperar, pero cuando comprendió que la oferta iba en serio, no vaciló en aceptarla, aunque debatiéndose entre el miedo a cumplir las expectativas y el orgullo propio de sentirse parte de esta interesante propuesta.
 

-    Guillermo, ¿qué tema propongo? Había pensado...

-    La transparencia, por supuesto. – me interrumpió sonriendo.

  Los días de tertulia huelen mejor. Por la mañana, no hay fuerza mundana que consiga arañar tu sonrisa, esa sonrisa del que sabe que le aguarda un día emocionante, quizás como la de ese adolescente que anhela su viaje de fin de curso con la ilusión de, por qué no, tocar su primera teta.

 El minutero de mi reloj se posaba lentamente sobre la hora en punto y en ese momento descendía Guillermo la escalera,  fiel a su cita, con su inseparable mochila al hombro cargada de ideales y sueños. Durante el trayecto en metro, rodeados de jovenzuelos de vuelta a casa y de corbatas bien anudadas, nos animábamos disertando sobre la transparencia y la Administración. Recuerdo que me vino a la mente la paradoja de entrar en el oscuro túnel del metro cuando nos dirigimos a dialogar sobre transparencia. Qué cosas.

 Rincón algo sombrío, ambiente relajado, alguna cerveza y aperitivos. Todo en orden, empezamos.

 El tema que el invitado propuso, la transparencia, nos tuvo entretenidos durante la comida, un par de horas donde a la breve exposición de Guillermo siguió un sinfín de preguntas, planteamientos irrealizables y, por qué no, algún lamento inconsolable, y es que esta cuestión sobre la que se debate tanto en los medios tiene la cualidad de no dejar indiferente a nadie.

    Guillermo, conocedor y estudioso de la transparencia – no en vano participa en la redacción de la próxima ley andaluza – nos hizo un recorrido sobre los pilares sobre los que tiene que apoyarse este trascendental concepto, a qué se obligan los poderes públicos y, sobre todo, de qué derechos disponemos los ciudadanos. Como anécdota, recuerdo la cara de sorpresa de los tres miembros del clan cuando el invitado nos mencionó que la primera ley de transparencia de la que se tiene constancia se aprobó en Suecia ya en el año 1776. Sí, han leído bien, hace tres siglos. O como México tiene la suya desde el año 1977.

 Seguramente no tengamos desarrollado el sentido de ciudadano. Por el mero hecho de serlo, deberíamos poder acceder a cualquier actuación pública, disponer de información que hasta ahora estuvo restringida, conocer las cuentas de nuestros gobiernos y en qué se invierten nuestros tributos, hasta la última peseta, cómo dirían los antiguos. Muchas de las dolencias de esta sociedad provienen del inmovilismo, del que vayan otros, y es que, aunque suene a tópico, los ciudadanos nos hemos convertido en marionetas de circo en manos de los poderes que manejan los hilos. Y lo peor, no mostramos la más mínima voluntad de cambiar esta situación.

 La transparencia debe ser el primer paso, por lo que el ciudadano debe presionar el cogote de los dirigentes para que no sea una transparencia de mentira, de titulares. Por cierto, haciendo mía la frase de La Rochefoucauld que encabeza este artículo, concluyo apuntando que no es más transparente el que más enseña sino el que menos esconde.

 Entre este y otros tantos comentarios fue agonizando la tarde, acompañados del dulce tintineo de las cucharillas de café y los cubitos de hielo. Con Guillermo y con estos ingredientes, todo removido y a fuego lento, cocinamos una nueva tertulia, resultando, como siempre, un gran sabor.

 

 


Y es que desde que emprendimos aquel fascinante viaje de la Asociación José Saramago, no he dejado de disfrutar cada vez que nos hemos sentado tras una mesa, ya fuera con un afán lúdico, cultural o social, ya fuera para tertuliar sobre una novela, discutir de política o, por qué no, intentar arreglar un trocito de mundo, algo que a estos pijos snobs universitarios, como alguna vez nos distinguieron, se nos da de cine. Brindemos para que siga viva esta llama, salud.

 Quizás, cuando seamos viejos y sólo nos queden recuerdos, cuando el paso de los años aprisione nuestra lucidez y sólo intuyamos pequeños destellos, nos vengan a visitar estos momentos que hemos compartido, y nos hagan apreciar que todo lo vivido mereció la pena, pues, como Stendhal afirmó, con las pasiones uno no se aburre jamás; sin ellas, se idiotiza.

 

Carlos Rodríguez

domingo, 15 de septiembre de 2013

Las maestras curvas

                                                    

"La ebriedad es curva; las palabras, curvas; el amor es curvo..."
Todo el mundo sabe que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta. Pero como ella además sabe que el corazón es curvo, que la verdad es curva, y que los paraísos son curvos, como decía el poeta, no dudó en dar un rodeo y desviar su coche hacia el Paseo Colón —donde el sol arrancaba pavesas a la hoguera de hormigón de la torre del Oro—, y hacia la avenida del Cid —donde el aire se enredaba en la melena de la estatua del Campeador, que rijoso le miró a ella el escote desde su caballo al pasar— antes de llegar a uno de los bares de la Gran Plaza, la bodega Pitarra, que es algo así como nuestra nueva trinchera, desangrado ya, ¡ay!, nuestro inolvidable Trueque.
Lo primero que hay que reconocer en la segunda invitada a la tertulia de El clan de los irlandeses es su valentía. Y su maestría, porque desde el primer minuto supo driblar las embestidas de los tres morlacos que tenía delante recibiéndonos a puerta gayola, pues antes de que abriéramos la boca era ella la que estaba haciéndonos preguntas a nosotros. Desconozco si le gustan los toros, pero puedo afirmar que nuestra invitada salió aquella tarde por la puerta grande y habiendo cortado no solo seis orejas sino, además, tres arrobados corazones. Vamos, que conversando con ella uno disfruta más que Sabina viendo una corrida de José Tomás.
           Inma es una de esas personas con estilo, archielegantes y extraafables, cuyo trato denota que ha viajado, que ha leído y que ha tratado con gente de bien, signifique lo que signifique gente de bien. Inma trabaja de orientadora en un instituto como podría haber trabajado de secretaria de Muñoz Molina o de marchante de los cuadros de Sorolla. Quiero decir que tiene un alma sensible, robusta y delicada a un tiempo, e inclinada a los asuntos sociales. De ahí que la charla girara en torno a los problemas socio-familiares que aparecen detrás de los alumnos conflictivos. Ella ha estudiado en profundidad el tema y nos contó como buena psicóloga que los comportamientos disruptivos de estos alumnos están motivados por desequilibrios emocionales que hunden sus raíces en una infancia llena de soledad y abandono.

Por eso había que reivindicar, decía entre copas de vino  y con una dulzura que se le derramaba por todo el mantel, la importancia de la escuela, pero no de una escuela que expulsa sistemáticamente y a las primeras de cambio a estos alumnos, sino de otra en la que ella cree y por la que lucha,  una escuela que actúe como segundo útero materno —que los vuelva a parir y amamantar—, o como una especie de Ítaca educativa que restañe las heridas y donde el maestro sea una Penélope que con un trato más cercano al alumno restituya los déficits estructurales de esos Ulises más desfavorecidos. Aquí, en esta lucha en pos de una escuela ideal, es donde se le ve su parte quijotesca y romántica.

Pero, ojo, porque demostró también que no es una de esas hippies cándidas o una “happyflower” naïf que vive en el mundo de las piruletas y los fuegos artificiales. Ella tiene los pies en el suelo, (bueno, es un decir, sus tacones se lo impedían, pero algún día se dará cuenta de que sin ellos está más linda) y es consciente de la dificultad, incluso de la imposibilidad a veces, del modelo de escuela que propone. Conoce muy bien, porque los vive día a día, los obstáculos de unos, el victimismo de otros, la desidia de muchos, las barreras económicas y el trapicheo burocrático, en fin, que trae consigo la realidad. Pero ella lucha, no se detiene y sigue su curso. Porque ella es impenitente, y clara y alegre como los ríos que van a dar a la mar, que en este caso es el vivir.
            Esa mezcla de romanticismo y realismo que encerraban sus palabras la fueron convirtiendo a medida que pasaban los minutos en un nuevo ser stendhaliano.

Luego la conversación se fue por otros derroteros y fuimos dilapidando la tarde a base de ron, chismes, chistes, anécdotas y preferencias sexuales, que son las cosas sobre las que se fraguan las verdaderas amistades, esas que vencen el paso de los años y el peso de la distancia. Fue una de esas tardes mágicas donde el tiempo se congela y uno se siente completo y eterno.

Uno, al final, no recuerda a la gente por lo que dice o por lo que hace. Uno, al final, solo ama y recuerda a la gente que te hizo sentir bien cuando la tenías cerca. A este grupo, donde ya estaban desde hace mucho mis compadres saramaguianos, llegó aquella tarde y para siempre (una de las tardes más curvas de mi vida) mi querida Inma, mi ilustre invitada, mi hermosa y curvilínea Cunegunda.
                                                                                        Víctor M. Muñoz

 

Todo empieza de nuevo


                              "Los amigos se convierten con frecuencia en ladrones de nuestro tiempo".

                                                                                                                                  Platón

       "Y todo comenzó aquel día, en la inauguración de un polideportivo ... " Así como una canción de Ismael Serrano, comenzó esta historia. La historia de unos ladrones que querían robar el tiempo y la sabiduría a los amigos, pero cual Robin Hoods  modernos (aunque de maneras añejas cafegijonianas) lo devolverían a los vientos convertidas en palabras digitalizadas y enredadas.

   Nos conocemos de muchos años, bachilleres ilusionados con el mundo, “saramaguianos” convencidos y creyentes de la vida romántica y del realismo porque solo así se construyen las pasiones (a lo Stendhal). Con todos estos ingredientes fundamos un club, una tertulia, un clan donde compartiríamos a invitados que nos darían clases magistrales de cómo el mecanismo que acciona el motor del mundo esta lleno de pequeños impulsos que son los que dan energía, los que alimentan el movimiento. Hay quien va al Club Bilderberg a codearse con el poder, nosotros acudimos al Clan de los Irlandeses a codearnos con las conciencias más comprometidas.

   Sevilla tiene muchos rincones con historia que invitan a compartir y el Clan eligió uno en la Gran Plaza, la Bodega la Pitarra, un lugar donde hay tranquilidad para conversar y alguna sonrisa cómplice de paisanaje y costumbre. "Al centro", como diría algún columnista rancio sevillano, pasaron platos humildes, andaluces y suficientes para los comensales. El flamenquín casero, las croquetas de cola de toro, una crema de queso y alguna otra vianda. El día solo pedía la fresca cerveza local. Era un caluroso día de primavera entre semana. 

   Ese día en la mesa los cuatro fundadores del Clan y un invitado, el primer invitado, La primera vez que siempre es muy importante porque es más difícil de olvidar. El protagonista de la tertulia, Antonio Valverde Ramos. Antonio es natural de pequeña localidad (cada vez menos) del Aljarafe sevillano, Salteras. Hijo del cartero del pueblo, aprendió de su padre la pasión por las letras, por la lectura, por el cuidado de los detalles y por el servicio público. Nació en el año 1964, es padre de dos hijas y de un hijo que han heredado de su padre y de su abuelo el interés por los estudios. Antonio estudió, se formó y accedió a la administración como funcionario de carrera. Se licenció en derecho y comenzó a ocupar puestos de responsabilidad en la administración andaluza, por aquellos años incipiente, probablemente porque su mirada y sus pausadas formas de hacer las cosas generaban confianza en las personas que estaban a su alrededor. Hoy ocupa un alto cargo en la Junta de Andalucía donde seguro que anda batallando (con templanza) para que las cosas se hagan bien, se ayude a la gente desde un servicio público que es sensible y que tiene una mirada muy atenta a la realidad social actual. Una mirada como la que hoy tiene Antonio, hoy mezclada con algo de incertidumbre por ver que le depara esta tertulia en la que ha sido emboscado.

 Antonio Valverde Ramos

Director general de la Agencia Idea.

Funcionario del Cuerpo Superior de administradores generales de la Junta de Andalucía.
Licenciado en derecho.

 ¿Y de qué hablamos?

   De muchas cosas, algunas profundas, serias, otras más banales e incluso alguna irrelevante. Pero al invitado le propusimos un tema que fue el principal: Europa. Y él sabe muy bien que es eso, no en vano ha sido varios años Director General de Fondos Sociales, y sobre todo lo que Europa ha supuesto para una tierra como Andalucía a través de políticas de cohesión, cooperación y solidaridad. Una Europa muy distinta a la que hoy se esta "reconstruyendo". Hablamos de cómo los fondos de cohesión han servido para acercarnos en materia de infraestructuras, inversiones e I+D+I a otras regiones mucho más avanzadas. De cómo se han gestionado bien esos recursos, en la mayoría de los casos, desde la regiones y de cómo el centralismo sigue jugándole malas pasadas a esta tierra. En este sentido nos contó la “anécdota” de que durante unos años los fondos que llegaban a Madrid y cuyo reparto correspondía al gobierno central, no cumplían con los requisitos de prioridad y los recursos de Europa que venían a Andalucía acababan en otras regiones. A Andalucía siempre le ha costado mucho defender sus derechos y su autonomía.


   También hablamos de Europa como parte del problema de la actual crisis financiera, pero inevitablemente también como la gran solución  a la misma. Antonio habla de cambio de políticas económicas, de romper con el "austericidio", de activar la economía y de apostar por una Europa de poderes públicos fuertes y cohesionados que puedan hacer frente a otros intereses.

 ¡Pero no sólo de economía, Europa y política vive el hombre¡ Y entonces empezamos a repasar la cultura y la literatura.

   Salió Paul Auster, uno de sus autores favoritos, entre otras cosas porque sus novelas “son algo filosóficas, donde trata temas imperecederos y eternos, tan antiguos como la propia humanidad: la culpa, la venganza, el deseo, la libertad, el bien y el mal ... Se trata de una literatura que mantiene constante la atención del lector y que le obliga a reflexionar sobre el ser humanó", como el propio Antonio escribió en alguna ocasión.

   Hablamos, por supuesto, de Emilio Lledó, un referente constante para nuestro invitado. Me consta que además le une a él una fraternal amistad y que disfruta de sus lecturas, conferencias y diálogos  más privados. Antonio comparte con el profesor la idea que tiene sobre la importancia de la educación en la construcción de las sociedades más civilizadas. En estas citas se resume esa forma de mirar el mundo según Lledó y que ha influido sobre nuestro invitado.  Aristóteles decía "condicionar toda la vida humana a la economía es de almas miserables" y Emilio lo ratifica: “la riqueza del pueblo no es la del suelo, sino la del cerebro”.

  Después vinieron otros temas, otros argumentos. Tras casi dos horas de conversación, en un ambiente de máxima confianza, compartimos preguntas, respuestas y alguna confidencia. Antonio se despidió de nosotros sereno, como es él, con la seriedad de la corbata roja y la chaqueta azul marino, pero dejando en el Clan de los Irlandeses un -remoto, un recóndito- retumbar de tambores de guerra que algún día descubriremos que es ahí donde reside el inicio de las pequeñas revoluciones que cambian el mundo.

  “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo […]. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. - Cien años de soledad, Gabriel García Márquez. - De nuevo empieza todo, si es que alguna vez terminó.

                                                                                                                  José Antonio Alfaro Manzano