El verdadero valor consiste en hacer, sin testigos,
lo que uno sería capaz de hacer ante
todo el mundo.
François de La Rochefoucauld
Miércoles. El Clan de los Irlandeses se
reúne de nuevo al calor de otra tertulia pitárrica, o pitarrista, como la pretendamos
denominar a partir de ahora, que para eso poseemos la patente, siempre con el
permiso de los burócratas de la Academia.
El Toralín. Así
empezó todo, cuando Víctor, impulsivo, con cierto descaro y quizás con la
confianza de no obtener respuesta, preguntaba a nuestro invitado por el nombre
del estadio de fútbol de la Ponferradina. Con la misma frescura, respondió
aquél, El Toralín.
Y es que Guillermo, el
invitado, a pesar de respirar aire andaluz desde su juventud, es natural de Ponferrada,
ese lugar del norte donde el frío reina a sus anchas pero, como he podido
comprobar, nunca hiela el carácter de sus habitantes. Quizás todo tiene sentido
al oírle hablar de su padre que, como otros muchos, tuvo que emigrar y trabajar
de ferroviario a muchos kilómetros de su tierra. Si tuviera que describir a
Guillermo en tres palabras... no, no podría. Huyendo de los tópicos, tengo que
utilizar algunas más. Sensato, cercano, quizás impregnado con el aire serio de
los castellanos. Muy profesional en su profesión y muy social en sus relaciones
sociales que hacen de él, sin dudarlo, la persona con la que te sientes a gusto
dentro y fuera del trabajo.
Recuerdo el día que
pedí a este funcionario y amigo si quería participar en la tertulia. Al principio
no me creyó, como era de esperar, pero cuando comprendió que la oferta iba en
serio, no vaciló en aceptarla, aunque debatiéndose entre el miedo a cumplir las
expectativas y el orgullo propio de sentirse parte de esta interesante
propuesta.
- Guillermo, ¿qué tema propongo? Había pensado...
- La transparencia, por supuesto. – me interrumpió
sonriendo.
Los días de tertulia huelen mejor. Por la mañana,
no hay fuerza mundana que consiga arañar tu sonrisa, esa sonrisa del que sabe
que le aguarda un día emocionante, quizás como la de ese adolescente que anhela
su viaje de fin de curso con la ilusión de, por qué no, tocar su primera teta.
El minutero de mi reloj se posaba lentamente sobre
la hora en punto y en ese momento descendía Guillermo la escalera, fiel a su cita, con su inseparable mochila al
hombro cargada de ideales y sueños. Durante el trayecto en metro, rodeados de
jovenzuelos de vuelta a casa y de corbatas bien anudadas, nos animábamos
disertando sobre la transparencia y la Administración. Recuerdo que me vino a
la mente la paradoja de entrar en el oscuro túnel del metro cuando nos
dirigimos a dialogar sobre transparencia. Qué cosas.
Rincón algo sombrío, ambiente relajado, alguna
cerveza y aperitivos. Todo en orden, empezamos.
El tema que el invitado propuso, la transparencia,
nos tuvo entretenidos durante la comida, un par de horas donde a la breve
exposición de Guillermo siguió un sinfín de preguntas, planteamientos
irrealizables y, por qué no, algún lamento inconsolable, y es que esta cuestión
sobre la que se debate tanto en los medios tiene la cualidad de no dejar
indiferente a nadie.
Guillermo, conocedor y estudioso de la
transparencia – no en vano participa en la redacción de la próxima ley andaluza
– nos hizo un recorrido sobre los pilares sobre los que tiene que apoyarse este
trascendental concepto, a qué se obligan los poderes públicos y, sobre todo, de
qué derechos disponemos los ciudadanos. Como anécdota, recuerdo la cara de
sorpresa de los tres miembros del clan cuando el invitado nos mencionó que la
primera ley de transparencia de la que se tiene constancia se aprobó en Suecia
ya en el año 1776. Sí, han leído bien, hace tres siglos. O como México tiene la
suya desde el año 1977.
Seguramente no tengamos desarrollado el sentido de
ciudadano. Por el mero hecho de serlo, deberíamos poder acceder a cualquier
actuación pública, disponer de información que hasta ahora estuvo restringida, conocer las cuentas de
nuestros gobiernos y en qué se invierten nuestros tributos, hasta la última
peseta, cómo dirían los antiguos. Muchas de las dolencias de esta sociedad
provienen del inmovilismo, del que vayan
otros, y es que, aunque suene a tópico, los ciudadanos nos hemos convertido
en marionetas de circo en manos de los poderes que manejan los hilos. Y lo
peor, no mostramos la más mínima voluntad de cambiar esta situación.
La transparencia debe ser el primer paso, por lo
que el ciudadano debe presionar el cogote
de los dirigentes para que no sea una transparencia de mentira, de titulares.
Por cierto, haciendo mía la frase de La Rochefoucauld que encabeza este
artículo, concluyo apuntando que no es
más transparente el que más enseña sino el que menos esconde.
Entre este y otros tantos comentarios fue
agonizando la tarde, acompañados del dulce tintineo de las cucharillas de café
y los cubitos de hielo. Con Guillermo y con estos ingredientes, todo removido y
a fuego lento, cocinamos una nueva tertulia, resultando, como siempre, un gran
sabor.
Y es que desde que emprendimos aquel fascinante viaje
de la Asociación José Saramago, no he dejado de disfrutar cada vez que nos
hemos sentado tras una mesa, ya fuera con un afán lúdico, cultural o social, ya
fuera para tertuliar sobre una novela, discutir de política o, por qué no, intentar
arreglar un trocito de mundo, algo que a estos pijos snobs universitarios, como
alguna vez nos distinguieron, se nos da de cine. Brindemos para que siga viva
esta llama, salud.
Quizás, cuando seamos viejos y sólo nos queden
recuerdos, cuando el paso de los años aprisione nuestra lucidez y sólo
intuyamos pequeños destellos, nos vengan a visitar estos momentos que hemos
compartido, y nos hagan apreciar que todo lo vivido mereció la pena, pues, como
Stendhal afirmó, con las pasiones uno no se aburre jamás; sin ellas, se
idiotiza.
Carlos Rodríguez
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